Encontré dos ideas opuestas sobre cúal es el contenido de la responsabilidad en autoridades políticas y altas jerarquías gubernamentales de las sociedades modernas. Ambas tratan de dar una explicación al mismo fenómeno, y utilizan como ejemplo paradigmático al nazismo y sus inhumanos excesos de poder. No es de extrañar porque se trata de dos autores alemanes de postguerra, los dos exiliados y residentes en Estados Unidos, aunque con trasfondos políticos disímiles: Hannah Arendt, vinculada al liberlism o cierto conservadurismo, y Herbert Marcuse, ligado al marxismo y la teoría crítica.
La pregunta por la responsabilidad es más bien la pregunta por cómo piensa y como se relaciona con el mundo social que lo rodea alguien que decide alguna medida atroz o de lesa humanidad. Tomo este tipo de ejemplos porque son más claros para la discusión, aunque de fondo quiero discutir cual es la responsabilidad individual de cada acto aplicable a cada hombre que con su labor mantiene funcionando los engranajes de una sociedad estructuralmente injusta.
Los años cuarentas y cincuentas dieron luz a una inevitable y profundísima discusión sobre "la condición humana" y los límites del hacer humano. La razón histórica más evidente fue la aparición y caída de los regímens fascistas, así como la aparición la lucha entre comunismo y capitalismo, ambos instalados sobre enormes dispositivos de control y una férrea disciplina social. El totalitarismo stalinista y el macartismo estadounidense se complementaban para mantener sus sociedades bajo acontrol puertas adentro. La noción amenazante de un enemigo nuclear permitía cohesionar a la sociedad y exceder cualquier límite en la facultad del estado para hacer vivir y dejar morir. La pregunta entonces por cómo se toman las decisiones que dejan morir a miles de sujetos (el gulag, el campo de concentración, la guerra de vietnam y la represión anticomunista) dio luz a estas dos posiciones que antes mencionaba. Por un lado, la idea de que el mal es banal, rastreable en mucha literatura clásica, quedo plasmada en el escrito de H. Arendt sobre los juicios de Nurumberg "Eichmann en Jerúsalem". En este libro, la descripción de la personalidad y conducta de Eichmann durante el proceso que terminó en su ejecución conduce a Arendt a señalar que Eichmann no era un hombre profundamente demoníaco, sino profundamente estúpido, increíblemente banal, un hombre de una simpleza máquinal. El revuelo causado por este libro tuvo que ver con la interpretación erronea de que con este clase de visiones se desresponsabilizaba al asesino por su labor. Arendt buscó rapidamente difuminar estos dichos superficiales. La idea de que el mal puede ser banal busca explicar en profundidad la psicología de un moustruo de la humanidad no apartandolo de la humanidad y mostrando como la anomalía de su existencia se debe a una malformación craneana, sino como la mounstruosidad se debe a una lógica social superior a él mismo que se constituye como el totalitarismo: un aparato administrativamente caótico de opresión.
Por el lado de H. Marcuse, la idea de que el mal puede ser banal es considerada simplemente falsa. La maldad en las decisiones del alto mando tiene que ver con la permisibilidad de no sentir culpa ante una acción condenable. La noción de que en las sociedades modernas la posibilidad de ir encontra de lo afirmado, de lo que existe de hecho, o de ver la contradicción y la potencialidad, las va transformando en sociedades unidimensionales, tiene como corolario en el mundo político que esta misma práctica se vuelve crecientemente menos seria y crecientemente menos responsable. Entonces las faltas personales del alto mando o las atrocidades de la lucha de clases donde la clase dominante esta dispuesta a todo por aumentar la explotación o impedir el cambio, no son atribuibles a la persona, sino a la máquina. La acción es vil, pero la responsabilidad no puede recaer en el hombre, es facilmente lavable. Es el imperio de Poncio Pilatos. Dado que nadie opera la máquina, ya que funciona a pesar de los individuos y no a través de ellos, o por ellos, la responsabilidad de hace difusa, se difumina (En esto las posiciones encontradas tejen nexos que tienen que ver con lo evidente de la afirmación). La política se vuelve una charada, una máscara necesaria pero no creíble (incluso Marcuse arroja la idea de que esto puede ser visto en la participación política -ir a votar- a pesar de no creer en los anuncios que leemos en las calles, o dejarnos seducir por un símbolo a pesar del escepticismo que le guardamos, creer una promesa, una cartel, un "programa" por su belleza estética).
Una discusión interesante porque señala un tema interesante, actualizable y altamente sufrible.
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